España se presentó en los Juegos mientras se discutía si era más o menos favorita que Brasil. Pero comenzó a rodar el balón y la pelota puso a la Selección en su sitio. Y su sitio está fuera de la competición. Dos derrotas contra Japón y Honduras, dos golpes duros y merecidos. Nada que objetar a los triunfos rivales y todo por reprochar a la selección española, que sólo en la última media hora, cuando todo parecía perdido, estuvo a la altura del reto y de las expectativas generadas por su presencia en los Juegos.
Hasta que el fracaso se apareció ante sus ojos, se vio a una Selección sin alma, dominada por la ansiedad, abandonada a su suerte, incapaz de encontrar su fútbol, ese juego de toque que ha hecho grande a España. El balón iba de un lado a otro con la rutina de quien rellena un formulario. No hay nada de arte en esa acción.
No se le podrá negar a esta Selección la lucha y el orgullo, que compensaron la ausencia de pausa y de lucidez, señas de identidad de este grupo y que tanto se echaron en falta. Se podrá hablar de que la fortuna dio la espalda a España, con tres remates que acabaron en los palos, o de ese claro penalti de Velásquez a Rodrigo que el árbitro venezolano Soto ignoró. No parecen excusas suficientes para justificar este fracaso, la decepción de despedirse del torneo olímpico sin marcar un gol en estos dos primeros partidos.
Insegura con la pelota y desconcertada, España jugó a ciegas y se derrumbó con el primer golpe recibido. Hasta el descanso, fue incapaz de encontrar respuestas sobre el campo y mucho menos desde el banquillo.
Apenas se habían consumido siete minutos y España ya se vio obligada a luchar no sólo por mantenerse en pie en el partido, sino en el torneo. Un buen pase de Espinoza lo cabeceó Bengtson anticipándose a Jordi Alba. Era el primer tiro a portería y España se encontró con una enorme montaña por escalar. Hasta ese momento,la Selecciónhabía llevado la iniciativa, había tenido más el balón, pero de una forma intrascendente, con un juego insustancial y demasiado previsible.
El panorama que se dibujó en los primeros 25 minutos fue desolador. España apareció sin centro del campo, con Javi Martínez intrascendente, Koke superado por la situación, Isco ausente, Mata activo pero desacertado en el remate y Muniain ofreciéndose a todos y no llegando a ningún sitio. Delante de todos ellos, Adrián pasó totalmente inadvertido, sin recibir balón y apenas participando en el juego. Detrás, el panorama fue casi más desalentador, con una defensa tan nerviosa e insegura como De Gea.
Honduras tuvo suficiente con mantener el orden y agrupar a sus jugadores a partir de la línea del centro del campo para anular a España. Demasiado simple, demasiado fácil. Apenas concedieron los hondureños dos ocasiones antes del descanso, dos remates de Mata que acariciaron el gol.
Buscó más control Milla con la salida de Ander Herrera por Koke, pero lo que encontró fue que Mata y Muniain decidieron asociarse, se negaban a irse de estos Juegos de forma tan triste. Los futbolistas tomaron la iniciativa, asumieron el mando y dirigieron una ofensiva que ahogó a Honduras, desaparecida en ataque desde que en el minuto 50 Espinoza cabeceó al poste.
Respondió España con un arranque de calidad y orgullo y las ocasiones comenzaron a llegar con la misma velocidad que se le iba el aire a una Honduras agotada y con miedo a dejar escapar un triunfo histórico.
Adrián cabeceó al larguero, Muniain mandó el balón al poste, un cabezazo de Rodrigo obligó al buen portero Mendoza a efectuar la mejor intervención de la noche y el propio Rodrigo envió la pelota al larguero poco después. Una falta de puntería que terminó por condenar a España.
Fuente: as.com